Pradoluengo antiguo

soñando pradoluengo
Elige tú el momento, caminante, y piérdete por las veredas de la Sierra de la Demanda. Desde el Valle de San Vicente, caminando entre hayedos hermosos, en seguida llegarás a Pradoluengo, un lugar señalado, sin duda, por la mano de un nigromante. Te diría, pero ya lo sabes, que a tu paso puedes encontrar hadas y elfos, y en los regatos de aguas cristalinas, náyades y potámides y ondinas, y en su cielo, trasgos y duendecillos burlones, y, si te detienes un momento y lo deseas con fuerza, hallarás los pequeños lares donde las gentes depositan sus ofrendas a diosecillos menores. Así es la sencillez de sus moradores y la grandeza de sus deseos.
Estás en el corazón del pueblo, en la escalinata del Balneario, un lugar seguramente inexistente donde las gentes de Pradoluengo te narrarán algunos relatos fantásticos, las historias más jocosas, el anecdotario real y el imaginado de un pueblo cargado de cultura oral, de sabiduría ancestral, de amor a la tradición y de orgullo a su estirpe. ¡Ah, la cultura de los pueblos!
Su entorno natural remonta al caminante a un mundo olvidado. Es la quinta esencia de la floresta medieval, el espacio deleitable donde pueden cabalgar unicornios, centauros y pegasos. En sus valles corretean vírgenes y sátiros. Diosas y faunos danzan incansables a los sones de caramillos, vihuelas, y pífanos. La naturaleza, exuberante y caprichosa, salpica de colores luminosos a cerezos silvestres y saucos, a tilos y endrinos mientras los rayos de sol que se filtran hasta el suelo juegan con las fresas silvestres, las manzanillas y el poleo.

En Pradoluengo habita la Reina de la Nieves. Es el reino del frío, pero no temas. También es un reino de ovejas, de pastores y esquiladores, de prodigiosos artesanos manufactureros y de magníficos tejedores. Todo sucede como en un prodigio. El río Oropesa suministra el agua para lavar las lanas y la fuerza motriz para mover los batanes. En éstos, mediante el paso por la tierra greda, se desengrasan paños y bayetas, se tintan las hilaturas y se tejen tramas y urdimbres Después, se manufacturan mantas, calcetines y boinas. No hay milagro, sólo esfuerzo, sabiduría y pasión.
Anochece. El viajero, cansado, retorna al hogar. Allí, junto a los suyos, recuerda el viaje a Pradoluengo. Sentado ante un fuego, adormecido, seguirá soñando con la belleza.

 

Carlos de la Sierra

escudo pradoluengo