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Los pradoluenguinos se deleitaban en la creencia de todo lo bueno que llena su pueblo. Había calles buenas, casas buenas, todo era bueno, incluido las matanzas que se hacían en casa, con sus derivados de jamón, chorizo y salchichón; hace excepción en esto el que en algunas casas se helasen los chorizos, comentarios en boca de gentes de respetable solvencia.
Una cultura a su manera fueron las famosísimas corridas de toros de salón. Hubo temporadas que se llegaron a dar hasta ocho corridas de abono, siendo un espectáculo de un éxito popular y de una afición local, que si bien no pasó las fronteras, en la localidad se respetó a los diestros. Se conocen los méritos de los apoderados ya que no regateaban esfuerzo alguno para conseguir el debut de sus inquilinos. Pero elogio aparte merecen los empresarios por el sentido de profesionalidad que en todo momento demostraron así como su desinterés económico. Todo comentario que al día siguiente se hacia de una corrida, era el del éxito alcanzado por tal o cual diestro, o de tal o cual toro, siendo estos últimos a los que se miró con más cariño por el hecho en sí de conservar semejante valor, ya que en su totalidad se concedió la vida al “animal”. Fueron otros tiempos los que trajeron estos, y como dice la tradición, cualquier tiempo pasado fue mejor es por lo que sacamos a relucir estos recuerdos, para que los de hoy juzguen si el dicho se equivoca o no. El éxito, que se sepa, nunca llegó a corromper a ningún diestro y era sabroso tener una conversación al día siguiente con ellos, pues su sinceridad y convencimiento de buen hacer daban un tono de alegría a la conversación siempre y entre los partidarios de uno y de otro hubo sus tira y afloja, en ocasiones su pasión les llevaba a dialogar con una técnica digna de cualquier crítico en materia de ámbito nacional y sus diálogos llegaban a arrastrar curiosos en cantidades enormes. Fueron los días llamados de primera los que se llevaron la palma en calidad y número de corridas, pero no bajaron en calidad los que en cualquier momento o lugar se dieron con diestros improvisados y unos toros voluntarios. Así cumplieron los pradoluenguinos unos años de su historia, que según la crítica para unos fue bien y para otros fue mal, pero hubo que llenar una época que no se supo hacer de otra manera, ¡que el refrán lo resuelva!.